La noche que el hombre abandonó la Luna por última vez.


He venido leyendo estos días alguna breve referencia al 40º aniversario de la última visita humana a la Luna. Los comentarios en diferentes medios de prensa son casi calcados los unos de los otros, es decir, que todos tocan de oído lo que alguna agencia de prensa les ha dado ya masticado, o simplemente han acudido a las siempre cómodas páginas de Internet.

Los datos más manidos de aquel acontecimiento, que ha pasado casi desapercibido, se resumen en que una nave de la NASA norteamericana llamada Apollo XVII, voló a nuestro satélite llevando en sus entrañas a tres hombres: Eugene Cernan, Ronald Evans y Harrison Schmitt, que salieron de Cabo Cañaveral el 7 de diciembre de 1972, y volvieron a su planeta-cuna el 19 del mismo mes, sanos y salvos (lo que no es moco de pavo).

También dicen, y dicen bien, que fue el último vuelo del ambicioso Programa Apollo, que ya había dejado a otros diez astronautas correteando por nuestro desolado satélite. Aquel último Apollo, a caballo de un ciclópeo cohete Saturno V, fue el primero en despegar de noche de Cabo Cañaveral. Recomiendo echarle un vistazo en Internet a las fotografías oficiales tomadas aquella noche del 7 de diciembre de 1972, desde el otro lado de los peligrosos pantanos que rodean el Centro Espacial Kennedy.

Mensaje de paz dejado por el Apollo XI en la Luna.

Mensaje de paz dejado por el Apollo XI en la Luna.

Pero llevando el ascua a mi sardina, quiero aportar algún recuerdo propio, sobre todo de la noche (hora española) del 14 de diciembre, en que Cernan y Schmitt hicieron las maletas y se dispusieron a volver a casa bajo el control de la estación seguimiento espacial de Fresnedillas, donde me encontraba yo vigilando una buena parte de las comunicaciones Tierra-Luna.

Debo recordar a los desmemoriados, o a los ignorantes (sin ánimo desdeñoso), que tras aquellos viajeros astrales hubo un sólido equipo profesional de españoles acá en la Tierra, que desde las estaciones de seguimiento espacial de Fresnedillas de la Oliva y de Robledo de Chavela, ambas en la provincia de Madrid, les cuidó, mimó y atendió segundo a segundo durante tan peligrosa odisea.

Y aquí es donde yo quería llegar, a que sólo quienes participamos en aquel excitante vuelo podemos hoy contar vivencias (según la memoria de cada cual, claro) de aquellos días y horas tan mágicos como históricos.

La misión transcurrió con toda normalidad, y el día 14 de diciembre nos aprestamos en Fresnedillas (Madrid Apollo Prime, era el nombre oficial en el argot de la NASA) para la despedida definitiva de la presencia humana en la vieja Selene. Ese día, para despertar a los dos selenitas temporales, y aprestarles para la larga jornada que les (nos) esperaba, les transmitimos la famosa marcha de la Navy (Armada de los EE.UU.) Anchors Aweigh! (¡Levad anclas!), seleccionada previamente por el comandante del Apolo XVII, Eugene Cernan, a la sazón Capitán de Navío de la Navy.

Quería Cernan que en su última diana en la Luna sonaran los briosos acordes de la marcha más querida por los marinos norteamericanos. (Muchos de nosotros recordábamos la película musical del mismo nombre rodada en Hollywood en 1945, y protagonizada –y bailada- por Frank Sinatra y Gene Kelly, bajo la dirección musical del pianista español Jose Iturbi.)

Unas horas más tarde, procedió a aparcar debidamente el todo terreno (Lunar Rover Vehicle), porque lo bien hecho bien parece, y en el programa Apollo nada se dejaba a la buena de Dios. Lo orientó para que su cámara nos regalara aquí abajo en la Tierra con las imágenes del despegue, que todos los allí presentes compartimos en plena excitación poco después.

Queriendo quedarme con un recuerdo personal de aquel momento irrepetible, instalé mi tomavistas (entonces se llamaban así las ahora cámaras de video) de 8 milímetros, sobre un sólido trípode, frente al monitor de televisión más cercano a mi puesto de trabajo.

Llegado el momento del adiós definitivo, y la excitante cuenta atrás: <<…five, four, three, two, one, Ignition!>>, la parte superior del módulo Challenger salió disparada verticalmente como un proyectil, pero pudimos seguir su trayectoria durante 10 o 15 segundos más, gracias a un controlador de Houston que a través de los equipos de Fresnedillas fue moviendo la cámara de televisión del Lunar Rover, permitiéndonos ver cómo se empequeñecía camino a su cita con la nave América, donde les esperaba impaciente desde hacía tres días, orbitando la Luna en solitario, su colega Ronald Evans.

Despegue de la última tripulación del Programa Apollo hacia la Tierra. (Dic 1972)

Despegue de la última tripulación del Programa Apollo hacia la Tierra. (Dic 1972)

Si impresionante fue el fugaz despegue, otro tanto lo fue el paisaje que nos ofreció el cámara cuando nos mostró a continuación el abandonado campamento lunar, yermo y deshumanizado, donde era casi imposible no oír el denso silencio que permanecería inalterable por muchos, muchos años.

Al escribir estas líneas, 40 años después de aquella noche tan especial, he vuelto a visionar por enésima vez, los fotogramas de aquellos segundos que tuve el acierto de filmar en directo con mi tomavistas, y que quiero compartir con los lectores de este escrito. Y a modo de epílogo, reseñar el mensaje (que también traigo a estas líneas) que quedó para siempre sujeto a la pata de los restos del módulo lunar. Dice así en inglés (porque aún está allí): “Aquí el hombre completó sus primeras exploraciones de la Luna. Diciembre 1972 de la Era Cristiana. Que el espíritu de paz con el que vinimos se refleje en las vidas de toda la Humanidad.” Es manifiesto que tan buenos deseos han sido desoídos tozudamente miles de veces en estos últimos 40 años.

Recomiendo a quien me lea, una visita apacible al Museo Lunar sito en Fresnedillas de la Oliva (Madrid), donde tomará contacto directo con material de primera mano de aquellas singladuras a la Luna, que ya parecen tan pretéritas como las de Colón buscando las Indias, unos siglos antes.

José Manuel Grandela.

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