El Apollo XV y «el Lute»


Vaya por delante mi inalterable admiración, desde niño, a los miembros de LA benemérita -así lo escribe la RAE-. Pero su dilatada historia desde 1844 hasta hoy, ha tenido que aquilatar inevitablemente historias peculiares que no son del dominio público, pero que no por eso dejaron de ocurrir. Sus miles de hechos heroicos no pueden ocultar que, de vez en cuando, alguno de sus miembros se haya extremado en el cumplimiento del deber, como ocurrió en los hechos que narro a continuación.

Los muchos años yendo y viniendo a la Estación Espacial de Fresnedillas, dieron para muchas anécdotas en el camino que, aún sin estar relacionadas directamente con mis obligaciones laborales, no por eso dejan de formar parte de mi historial laboral con NASA-INTA.

Pareja de sellos de los EE.UU. en honor al Apollo XV.

Pareja de sellos de los EE.UU. en honor al Apollo XV.

Lo que cuento a continuación, ocurrió en el verano de 1971, cuando los astronautas del Apollo XV, David R. Scott y James B. Irwin trotaban por la Luna, que por aquellos días emergía por el horizonte de Fresnedillas alrededor de medianoche.

Por esa razón me dirigía yo al trabajo en mi humilde pero eficaz Seat 850, desde Villalba, donde pasaba los meses de verano. Habiendo dejado atrás Peralejo, rumbo a Fresnedillas, con noche como boca de lobo, en una de las cerradas curvas que amenizaban –y siguen amenizando-, la carretera, me pareció vislumbrar un lucecita moviéndose de un lado a otro delante de mí, por lo que instintivamente pisé el freno y me detuve en seco.

En buena hora lo hice, porque la lucecita resultó ser la de una paupérrima linterna de petaca, que agitaba en la mano un cabo de la Guardia Civil, embutido en su tricornio y capote reglamentarios, a quien no identifiqué hasta que se pegó a la ventanilla del coche. Me pidió la documentación, y mientras lo hacía, sentí un golpecito metálico seco en la ventanilla trasera del lado opuesto. Al girarme para saber la razón, vi la boca de una metralleta apoyada en el cristal, que supuse manejada por el otro miembro de la indisoluble pareja de LA benemérita.

sello del Correo español en homenaje a la Guardia Civil.

sello del Correo español en homenaje a la Guardia Civil.

Como la documentación estaba en regla, el cabo pasó a la acción conminatoria de preguntar dónde iba yo a esas horas. En aquellos años la Guardia Civil podía hacer eso y mucho más. Cuando le dije que me esperaban en la Base americana de Fresnedillas (como se la conocía entonces), porque entraba de turno de noche, el cabo me dijo en tono desabrido: “Yo he estado en la Base muchas veces y nunca le he visto allí.” Se me ocurrió contestar, correcta y muy tímidamente, que en la Base trabajaban doscientas personas, y que yo tampoco le había visto a él nunca allí, en los dos años que llevaba reclutado por NASA-INTA.

El cabo debía de estar de mal humor y parecía querer pagarlo conmigo, porque me apercibió de que después iría a visitar la Base, y que me buscaría en ella, y pobre de mí si no me encontraba (¡). En tono condescendiente me dijo que podía continuar hacia mi destino, pero recalcando unas palabras que jamás se me han olvidado, porque me dejaron patidifuso: “Si en el camino, alguien que no sea la Guardia Civil pretende pararle,¡arróyelo y siga sin detenerse!”

Portada de la edición especial del ABC por la captura de "el Lute".

Portada de la edición especial del ABC por la captura de «el Lute».

El corto trecho que quedaba hasta la Estación Espacial de Fresnedillas se me hizo eterno, y cuando entré en el edificio de Operaciones, aún tableteaban mis piernas. Puse en antecedentes de mi experiencia a mis compañeros de turno, que iban llegando procedentes de otras carreteras, y ellos me explicaron a su vez que también les habían detenido en varios controles, sin que nadie les dijera el porqué. Fue la radio del coche quien sacó a todos de dudas, informando sobre la orden de búsqueda y captura del tristemente famoso atracador quinqui Eleuterio Sánchez El Lute, que había sido visto en las afueras de Madrid ese mismo día por primera vez, desde su espectacular fuga del penal de El Puerto de Santa María, en Cádiz, ocurrida en la Nochevieja de 1970, es decir, siete meses atrás.

Al menos mis compañeros vivieron el susto acompañados, y desde luego a ninguno se le ordenó que arroyara a quien se le pusiera por delante. Dios quiso que en la negrura de aquella noche no se me cruzara en la carretera ningún labrador o pastor, para pedirme que le llevara al pueblo más cercano, como ya me había ocurrido otras veces. Pero bien es verdad, que jamás hubiese embestido a nada ni a nadie que se hubiese interpuesto en mi camino en aquella carreterucha.

Y como lo cortés no quita lo valiente, insisto en que nunca he dejado de ser un gran admirador de LA benemérita.(Insisto en no sé porqué la RAE lo escribe así).

 

José Manuel Grandela